Hoy
quiero
mirarte
a los ojos,
mi amado
feroz dragón.
De
frente,
con ternura.
El
alma
confiada
y el corazón
abierto al abrazo,
al encuentro contigo.
Al fin te veo.
He dejado de huir.
Y salgo a entrenarte,
y a honrarte, con respeto.
Agradecida,
te sonrío, cómplice,
relajada y segura.
Sin
miedos.
Porque ya
sé quién eres,
mi leal guardián;
ya no temo tu fuerza
imparable y fogosa,
capaz de tumbar
al enemigo
más letal.
A
veces
el peligro
está ahí afuera.
Puede ser alguien
que sufre, descontrolado,
perdido de sí mismo,
por falta de
amor.
Tú
sabes
defender,
poner límites,
en la justa medida.
Y te lo agradezco tanto...
A
veces
el enemigo
aguarda discreto,
hábilmente disfrazado,
oculto en mi, entre flores,
esperando el momento
preciso, oportuno,
de aparecer,
cuando
más
frágil
me siento.
Es
mi propia
falta de amor
hacia mi misma.
Pero
te tengo
a ti, dragón.
Siempre estás ahí.
Dispuesto a salvarme,
a abrazarme con tu fuego,
disipando tinieblas,
por la más noble
de las causas,
amarme.
No puedo ayudarte...
...Si no estás dispuesto/a a replantearte ideas,
ni a cambiar nada en ti.
...Si pretendes cambiar a otra persona que no seas tú.
Sólo podemos cambiarnos a nosotros mismos.
Lo que viene después, es una consecuencia a tu propia transformación.